"Supersticiosamente, desde hace algún tiempo, recojo cada naipe que encuentro en la calle. Por alguna misteriosa razón, suelen aparecer solitarios, sin rastro del resto de la baraja. Creo ver en cada uno de ellos alguna indicación sobre aspectos de mi vida, como en un tarot providencial y fragmentario. Alguna de esas cartas ha sido decisiva en un momento dado para confirmar que la ocasión era propicia. En el amor, por ejemplo.

Al contrario que otros, más que desamparadas o perdidas, yo las considero aventureras. Quizás se rebelaron contra el fatalismo de verse unidas a su baraja por una arbitraria convención, como en un tiránico hormiguero que les ha asignado una posición fija despreciando su vocación y personalidad particulares. Quizás se deba a un espíritu anárquico que las hace felizmente inútiles para la uniformidad militar y la disciplina cuartelaria del mazo de la baraja.  Quizás se alejaron del grupo por vocación aventurera y han encontrado una nueva vida con otras que, si bien de diferentes formatos y orígenes, comparten el mismo espíritu, y con las que comparten también juegos extraños con reglas que desconocemos. Dobladas, rotas o enteras, curtidas y ajadas por su existencia, o sorprendentemente limpias, pero todas dignamente presentes y elocuentes, procuran estar a las duras y a las maduras, hasta el fin de la partida que a todas iguala. Como la vida misma, dicen."

Texto de presentación para la exposición "Objetos encontrados" (Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, U.C.M., 2014)